La conciencia y lo inconsciente
Las percepciones no son enteramente conscientes, y la conciencia es un estado transitorio. Una representación consciente puede dejar de serlo en el momento posterior, y volver a serlo mediante situaciones específicas; en el intervalo entre medias se puede decir que estaba latente.
Existen procesos o representaciones anímicas de gran energía que, sin llegar a ser conscientes, pueden provocar en la vida anímica las más diversas consecuencias, algunas de las cuales llegan a hacerse conscientes como nuevas representaciones. Tales representaciones, no pueden llegar a ser conscientes por oponerse a ello cierta energía, sin la cual adquirirían plena conciencia, diferenciándose muy poco de otros elementos reconocidos como psíquicos. El estado en el que se hallaban antes de hacerse conscientes lo conocemos como represión.
Nuestro concepto de inconsciente tiene como partida la teoría de la represión. Dos tipos de inconsciente: latente (capaz de conciencia) y reprimido (incapaz de conciencia). Lo latente en el sentido descriptivo, lo llamamos preconsciente, y lo reprimido inconsciente. Tanto Inc. como Prec. son calificables como psíquicos.
Suponemos en todo individuo una organización coherente de sus procesos psíquicos: yo. El yo integra la conciencia (acceso a la motilidad, descarga de las excitaciones en el mundo exterior). Del yo parten también las represiones por medio de las cuales han de quedar excluidas, no sólo de la conciencia, sino también de las demás formas de eficiencia y actividad, determinadas tendencias anímicas.
En el yo hay también una parte inconsciente, relacionado con lo reprimido cuya percatación consciente precisa de una especial labor.
Todo lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es reprimido. También una parte del yo, cuya amplitud es imposible fijar, es inconsciente.
El yo y el ello
Todo nuestro conocimiento se halla ligado a la conciencia. Tampoco lo inconsciente puede sernos conocido si antes no lo hacemos consciente. La conciencia es la superficie del aparato anímico, es el primero a partir del mundo exterior. Todas las percepciones, tanto las procedente del mundo exterior (sensoriales), como del mundo interior (sensaciones, sentimientos), son conscientes.
La diferencia entre una percepción inconsciente y otra preconsciente (pensamiente), consiste en que el material de la primera permanece oculto, mientras que el de la segunde está enlazado a representaciones verbales (restos mnémicos); éstas en un momento fueron percepciones y pueden volver a ser conscientes como todos los restos mnémicos. Sólo puede hacerse consciente lo que ya fue una vez percepción consciente, aquello que sin ser ser un sentimiento, quiere devenir consciente y desde el interior debe transformarse en percepciones exteriores, por medio de huellas mnémicas. Los restos verbales proceden fundamentalmente de percepciones acústicas, lo cual adscribe al sistema Prec. un origen sensorial especial.
Hacemos preconsciente lo reprimido interpolando por medio de la labor analítica miembros intermedios preconscientes. Por tanto, ni la conciencia abandona su lugar, ni lo Inc. se eleva hasta lo Cc.
La percepción interna rinde sensaciones de procesos que se desarrollan en los diversos estratos del aparato anímico, incluso en los más profundos. La serie placer-displacer nos ofrece el mejor ejemplo de estas sesaciones. Interpretamos el displacer como una elevación y el placer como una disminución de la carga de energía.
Lo mismo que las tensiones provocadas por la necesidad, puede permanecer inconsciente el dolor, término intermedio entre la percepción interna y la externa, que se conduce como una percepción interna en aquellos casos en los que tiene su causa en el mundo exterior.
Las sensaciones y sentimientos tienen que llegar al sistema perceptivo para hacerse conscientes, si encuentran cerrado el camino y no logran emerger hablaríamos de sensaciones inconscientes. La diferenciación entre consciente y preconsciente no tiene sentido en cuanto a los sentimientos, que solo pueden ser conscientes o inconscientes. Mediante las representaciones verbales se transforman los procesos mentales interiores en percepciones. El yo emerge del sistema percepcitvo y comprende primeramente lo preconsciente, inmediato a los restos mnémicos.
Un individuo es para nosotros un ello desconocido e inconsciente, en cuya superficie aparece el yo, que se ha desarrollado a partir del sistema P. El yo no vuelve por completo al ello, sino que se limita a ocupar una parte de su superficie. También lo reprimido constituye una parte del ello. El yo es una parte del ello modificada por la influencia de mundo exterior, el yo se esfuerza por transmitir estas influencias al ello y aspira por sustituir el principio del placer por el principio de realidad. La percepción es para el yo lo que para el ello es el instinto, el yo representa la razón o la reflexión y el ello las pasiones. El yo rige los accesos a la motilidad. El yo se nos muestra forzado en ocasiones a transformar en acción la voluntad del ello, como si fueran las suyas propias.
El yo es un ser corpóreo y no solo un ser superficial, sino incluso una proyección de la superficie. Una labor intelectual, sutil y complicada puede ser también realizada preconscientemente sin llegar a la conciencia.
Tanto lo más bajo como lo más elevado puede permanecer inconsciente. El yo ante todo es un ser corpóreo.
El yo y el super-yo (ideal del yo)
El super-yo presenta una relación menos firme con la conciencia.
Originariamente, en la fase primitiva oral del individuo, no es posible diferenciar la carga de objeto de la identificación. Más tarde, podemos suponer que estas cargas parten del yo, el cual siente como necesidades las apariciones eróticas. El yo, débil aún al principio, recibe las cargas de objeto, y las aprueba o intenta rechazarlas por medio de la represión.
Cuando tal objeto sexual ha de ser abandonado, surge frecuentemente en su lugar aquella modificación del yo que hemos hallado en la melancolía y descrito como una reconstrucción del objeto en el yo. Éste es un proceso muy frecuente en las primeras fases del desarrollo, y puede llevarnos a la concepción de que el carácter del yo es un residuo de las cargas de objeto abandonadas y contiene la historia de tales elecciones de objeto.
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