viernes, 29 de noviembre de 2013

Día 52: Imágenes de la contaminación en China, la otra cara de la gran potencia.

El desarrollo económico y el crecimiento de China como una nueva potencia mundial es admirable. Sobretodo si no se toman en cuenta los altísimos costos medioambientales y humanos que están implícitos en esta aparente evolución. Detrás de un “envidiable” crecimiento económico y del fortalecimiento de la mayor industria del mundo, se encuentra un sector de la población castigado, incluso denigrado, en materia de salud y de condiciones laborales dignas, un medioambiente completamente ignorado a costa del cual se ha planteado el desarrollo tenaz de múltiples industrias.
Precisamente esta es la otra cara de China. Panoramas que alguna vez fueron cielos y hoy simplemente son cortinas de humo. Enfermedades respiratorias masivas, cánceres abundantes, rostros percudidos por el costo de una grandeza de la cual seguramente, por razones de salud, jamás podrán disfrutar. Lu Guang es un fotógrafo freelance que antes de dedicarse a esta profesión trabajo como empleado en diversas fábricas de su país natal. Comenzó a registrar la vida en torno al desarrollo industrial de China en 1980 y con el tiempo se ha convertido en uno de los más audaces y populares documentalistas de esta paradójica realidad que se vive dentro del gigante asiático.








lunes, 25 de noviembre de 2013

Día 48: La leyenda de la lágrima perdida

Este es el cuento creado para el proyecto de la ciudad. Una nueva visión de Madrid a través del juego, la aventura y las leyendas.



La leyenda de la lágrima perdida

Llegaron a mis oídos unas palabras extrañas, hablaban de magia, de un misterio y un viaje… No pude reprimir mi impulso de escucharlas y ahora me veo en obligación de contaros, siempre que queráis conocerla, la leyenda de la lágrima perdida…


Hace ya tiempo, entre estas mismas calles que ahora pisamos, vivía una familia, no demasiado acomodada, pero muy unida. Gabriel, un chico de unos doce años era feliz en aquel hogar, con su padre, su madre y su abuelo. Todo parecía perfectamente normal, o eso pensaba Gabriel. Un día, su abuelo cayó enfermo, provocando aún más dedicación y cariño por parte de su familia, que no se separaban de él. Su nieto le hacía siempre compañía, para que no se sintiese sólo.
Así pasaron las semanas, hasta que una mañana, el abuelo le pidió a Gabriel que se acercara, anunciándole que iba a desvelarle un secreto:

-         Hijo, te confesaré un secreto que llevo guardando toda la vida – comenzó ante la atenta mirada del niño – Existe un pequeño tesoro, escondido en esta ciudad. Se dice que quien lo encuentre, podrá ver cosas que para otros son invisibles, poseerá la magia escondida en cada calle y entenderá el secreto de la felicidad. Gabriel, te invito a que encuentres este tesoro: la lágrima perdida.

Su nieto le miraba con los ojos abiertos como platos. Iba a preguntar algo cuando su abuelo le hizo callar, sacando un pequeño saco de debajo de la cama.

-         Este saco que ves aquí contiene una pizca de magia. Úsala bien, pues sólo habrá una oportunidad. La lágrima se encuentra escondida en la inmensidad, pero sólo tú puedes entender lo que esto significa. Disfruta del viaje, yo estaré contigo.

Con una sonrisa, el abuelo despidió a su nieto, quien corrió emocionado en busca de la lágrima perdida.




La inmensidad… era un concepto tan amplio. No sabía por dónde empezar. De pronto vino a su cabeza la imagen de un gran jardín, en el que de pequeño iba a jugar con su abuelo. Siempre le había parecido inmenso, pues, en comparación, él era muy pequeño. Quizás era allí donde su abuelo quería que encontrase el tesoro.
Llegó hasta él, contemplando la extensión de árboles y plantas de distintas tonalidades. Pensó que sería imposible encontrar algo tan pequeño como una lágrima escondido en un lugar tan complejo como ese. Pero contaba con el saquito de magia que le había regalado su abuelo.
Recordó cómo cuando se perdía un pendiente entre los pelos de una gran alfombra, la cogían por las puntas, poniéndola en vertical, sacudiéndola hasta que el pendiente caía.
A lo mejor esta idea funcionaría también con el jardín, así que abrió el saquito y esparció los polvos dorados por el aire pronunciando su petición.
La tierra comenzó a temblar, y, con la ligereza de una pluma, el jardín se despegó del suelo, colocándose perpendicular a él.
Gabriel estaba asombrado, ¿cómo podría haber ocurrido aquello? ¡No podía ser real!
Del jardín comenzaron a caer algunas piedras, polvo, hojas secas,… y entre todo esto, distinguió algo brillante. Se lanzó a por ello. No tenía forma de lágrima, más bien parecía una pequeña pieza de algo. “Busca en la inmensidad” ponía en uno de sus laterales.
Gabriel decidió continuar su viaje, fascinado por el jardín vertical que acababa de crear…


Recorría las calles, en busca de algo que pudiese significar la inmensidad. Caminos, personas, automóviles,… ¿Qué podría ser?. Caminando, se encontró de frente con un enorme mercado, plagado de alimentos, productos y gente. Bien podría representar esto la inmensidad. “Mercado de San Miguel” se leía a la entrada. Buscó por todas partes, entre las verduras, la carne, el pan, incluso en los vestidos de alguna señora. Abatido por tanta búsqueda sin resultado se sentó, ya no le quedaba magia que pudiese usar para encontrar la pieza que faltaba. Miró el entramado de hierros y vidrio que construía el techo. Era precioso… se quedó embobado. Fijándose bien, descubrió un brillo colgando de una de las barras. Tenía que ser lo que buscaba, pero estaba demasiado alto. Exprimió bien el saquito rogando que aún quedase algo de magia, a la vez que formulaba su petición. La última sacudida desprendió algunos polvos, lo justo para lograr que la pieza que colgaba del techo se soltase, cayendo en las manos de Gabriel, quien comprobó disgustado que aún faltaban más partes, pues la figura estaba incompleta.

Continuó su camino por las aceras de Madrid, escrutaba cada esquina, se fijaba en cada mínimo detalle, deseando encontrar en él aquello que buscaba. Entretanto, recordaba conversaciones que había tenido con su abuelo, con la esperanza de que pudiesen esclarecer un poco el enigma. En alguna ocasión, había comentado que el conocimiento era inmenso y casi infinito si nos encargábamos de cuidarlo y alimentarlo, era un universo de preguntas y respuestas que engrandecen al ser humano. Seguramente esto tendría algo que ver con lo que estaba buscando, ¿dónde podría hallar conocimiento? Desde luego los libros eran, desde los tiempos más antiguos, la forma más importante para almacenar conocimiento. Gabriel conocía una pequeña librería, que a veces pasaba desapercibida escondida en una esquina. Aquel lugar tenía un toque mágico y misterioso, siempre le había suscitado curiosidad.
Se dirigió hacia la calle de San Ginés, en busca de aquel lugar. De nuevo volvió a sentir la extraña sensación que producía aquel espacio, y se sumergió en el mar de libros antiguos. Al cabo de unas horas encontró entre uno de ellos otra piececita como las anteriores. Como ya suponía, la búsqueda no concluía ahí, pues aún no estaba completo.


En búsqueda de la siguiente pieza, recorrió calles por las que nunca había estado. En una de estas, se encontró con unas pequeñas casetas de acero. Estos elementos colocados en mitad del espacio público llamaron su atención, haciéndole reflexionar. Comparado con estas casitas metálicas, ¡él era inmensamente grande!
Siguió contemplando y recorriendo las casas. Se acercó a una de ellas que parecía tener dibujados algunos símbolos con una piedra afilada. De cerca, entre los garabatos distinguió la figura de una casa rodeada por un círculo, sobre el cual aparecía una letra “G”.
Se le ocurrió una idea absurda, pero nada perdía por probar. Cogiendo una piedra del suelo, al lado de la “G” dibujó otra serie de letras formando una palabra, un nombre: “G-A-B-R-I-E-L”.
Acto seguido, en la superficie de la caseta se dibujó una ventana, que empezó a hundirse, formando una oquedad. Gabriel ya suponía lo que encontraría allí. Introduciendo la mano sacó otra pequeña pieza, pero esta vez venía acompañada de una nota:
Sólo te queda un paso, un lugar, allí encontrarás lo contrario de lo que crees buscar. Lo que un día existió ya no estará, calle Marqué de Riscal”

El contenido de la nota le alentó, pues ya estaba muy próximo de hallar lo que buscaba. Deseaba encontrarlo y volver a casa junto a su querido abuelo para contarle todas las aventuras que había vivido en la búsqueda de la lágrima perdida.


Llegó a la calle Marqué de Riscal como ponía en el papel. Pero no conseguía encontrar nada que poder relacionar con algo inmenso. Comenzó a desesperarse mientras pasaban las horas y la luz del día se extinguía. Sin darse cuenta, se adentró en lo que parecían unas ruinas de algo que en su día podría haber sido un espacio importante. Deambuló por aquel sitio, con cierto aire siniestro, mientras una sensación de vacío le abordaba. Entonces todo encajo: la inmensidad del vacío, la inmensidad de la pérdida, la inmensidad de una historia. Estaba convencido de que aquel era el lugar, allí se escondía la última pieza que estaba buscando.
El viento comenzó a soplar con fuerza, y una ráfaga le envolvió. Cuando amainó la brisa, Gabriel encontró entre sus manos la pieza que faltaba. Rápido las juntó todas, formando una lágrima de cristal. Por fin lo había conseguido, había encontrado la lágrima, pero, ¿ahora qué? No había ocurrido nada especial, no sabía que hacer con ella. Pensó en llevarla a casa para que su abuelo le explicase el significado de aquel objeto. Ya iba a marcharse cuando de pronto la lágrima se iluminó. La luz se hizo más y más intensa, envolviéndole.
De la nada surgió una voz, era la voz de su abuelo:

-         Enhorabuena Gabriel, has encontrado la lágrima – la voz del abuelo resonaba en el espacio mientras el niño la escuchaba asombrado – Sabía que lo conseguirías, siempre fuiste un niño muy inteligente, supongo que lo heredaste de mí. Has buscado en cada rincón de la ciudad, descubriendo cada detalle insignificante que la gente común no podría apreciar. Has conocido la magia oculta en los secretos de las calles y entenderás el sentido de la felicidad, tan inmensa como los rincones abstractos que has explorado. ¡Cómo me gustaría ver tus ojos ilusionados ahora mismo! Pero me temo que cuando estés leyendo esto yo ya no me encontraré en este mundo. Mi luz se ha ido apagando y ya solo me quedaba una pequeña chispa que guardé en una bolsa para poder ayudarte en este viaje. Te preguntarás el porqué. Es muy sencillo: recuérdame, pero no como un viejo postrado en su cama, recuérdame como una llama ardiente de aventura, como una selva de cariño e ilusión que ha ido creciendo junto a ti, enseñándote en tus primeros pasos. Recuérdame como un la magia que descansa en tus manos, como la felicidad que tú me has dado y que yo siempre intentaré darte, escondida en cada pequeño detalle. Ahora tú posees mis secretos y eres el encargado de proteger la magia de esta ciudad. Ama a tus padres, a tus amigos, a tus futuros hijos y nietos, tanto como yo te amo a ti. Buen viaje Gabriel, la vida siempre será una aventura y, recuerda, la felicidad se esconde en cada detalle, yo siempre estaré contigo enseñándote a verlos. Te quiero.



Con la respiración entrecortada, Gabriel emprendió el regreso a casa. Una gota resbalaba por su cara hasta perderse en su sonrisa, ahora comprendía el misterio de “la lágrima perdida”.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Día 47: Compañía Nacional de Danza. Teatro de la Zarzuela



Ayer acudí a ver la actuación de la Compañía Nacional de Danza, en el teatro de la Zarzuela. Para comenzar, diré que ha sido una de las mejores actuaciones que he visto en la vida. La calidad tanto de los bailarines como de los coreógrafos es realmente increíble.
La función se dividía en tres piezas, cada una creada por un coreógrafo invitado, de gran prestigio internacional: "Sub" de Itzik Galili, "Falling Angel" de Jiri Kylián y "Minus 16" de Ohan Naharin.
Las piezas combinaban una sutilidad y perfección sublimes con fuerza arrolladora. Los bailarines dotaban a sus cuerpos y movimiento de calidades que parecían imposibles, se apreciaba la textura de cada detalle, el gusto y dedicación de cada paso, se podían apreciar años y años de experiencia y esfuerzos filtrados a través de sus líneas y trayectorias. Contemplarlo era como escuchar una sinfonía del mejor compositor: disfrutabas sus matices, intensidades, había cánones, contrapuntos, melodía, acompañamiento, acordes perfectos e imperfectos, cadencias que se extinguían dando paso al siguiente movimiento, y cuando toda la orquesta llegaba al climax tú también querías saltar del asiento, con la piel erizada, desbordado por la energía que ellos te transmitían.
A parte de la extraordinaria belleza de la pieza en sí, el espectáculo también rompía la barrera entre el público y los artistas, pues en determinado momento, paseaban entre los espectadores y escogían a algunos para que saliesen al escenario a bailar con ellos, formando parte de la obra también, proporcionando momentos de lo más divertidos.

Ha sido una experiencia única y maravillosa, desde luego, una de las obras de arte con mayor calidad que he visto en mucho tiempo.