domingo, 29 de diciembre de 2013

Día 80: Ideas interesantes de "Viaje al Yucatán" de Robert Smithson


Debes viajar al azar como hicieron los primeros mayas, aunque te pierdas en los matorrales, esa es la única forma de hacer arte. Robert Snittson “El viaje a Yucatán”

La intemporalidad se encuentra en los momentos caducos de la percepción, en la pausa común que se divide en una tormenta de arena de infinitas pausas. La enfermedad de querer hacer está sin hacer y la enfermedad de querer ser capaz está incapacitada.

El espacio en sí mismo no es sujeto de la duración, ya que es una abstracción en desarrollo, intemporal, siempre disponible. Los reflejos, por otro lado, son casos efímeros que eluden a las medidas. El espacio es lo que queda del tiempo, o su cadáver, y tiene dimensiones. Los objetos son “espacio simulado”, las heces del pensamiento y del lenguaje. Una vez que comienzas a ver los objetos de un modo positivo o negativo, tomas el camino del desconcierto. Los objetos son fantasmas de la mente, tan falsos como el desconcierto.

La verdadera ficción acaba con la falsa realidad.

La superficie de los espejos no puede ser comprendida por medio de la razón. ¿Quién puede revelar de qué parte del cielo llegó el color azul?¿Quién podría decir cuanto duró el color? ¿Debería significar algo el “azul”? ¿Por qué razón los espejos despliegan una conspiración de enmudecimiento en relación con su propia existencia? ¿Cuándo se convierte un desplazamiento en un desplazamiento erróneo? Todas ellas son preguntas intimidantes que ponen en aprietos a la comprensión. Las preguntas que formulan los espejos siempre quedan a medio responder. Los espejos prosperan en espacios sordos y generan incapacidad. Los reflejos caen en los espejos sin lógica alguna y, al hacerlo, invalidan toda afirmación racional. Los límites inexpresables están del otro lado de los sucesos y nunca podrán ser alcanzados.

Si un artista mirase el mundo a través de los ojos de una oruga, tal vez podría hacer arte fascinante.
El color, como agente de la materia, llenaba las luces reflejadas con tonos ensombrecidos, y convertía la luz en una polvorienta opacidad material. La palabra color significaba originariamente “cubierta” o disimulo. La materia consume la luz y la “cubre” con una confusión de color. Líneas luminosas emanan de los bordes de los espejos, pero los reflejos de sus superficies no revelan nada más que verdes oscurecidos. Los acrílicos y fosforescentes no son nada junto a estos elementos sin refinar de luz y color.

¿Cómo podemos hablar de lo que existe cuando nosotros apenas existimos?
No tienes que tener existencia para existir.

La carga de una percepción real e inmediata se deseca y se vuelve una comprensión insignificante. Los restos fotográficos espectrales son recuerdos debilitados, una realidad fingida de putrefacción. Los horizontes fueron sumergidos y ahogados en la asfixia de los puntos de fuga.

Los árboles parecen calamares gigantes invertidos. Cada espejo es un centro de gravedad.

Aún si tú no puedes ver, otros verán por ti. El arte hace que la vista se detenga, pero esa interrupción sabe desenmarañarse. Al escribir sobre arte se reemplaza la presencia por la ausencia, pues se sustituye la cosa real por la abstracción lingüística. Había fricción entre los espejos y el árbol, ahora hay fricción entre la memoria y el lenguaje. Una memoria de reflejos se convierte en una ausencia de ausencias.

A las moscas les gustan los acertijos, vendrían a verlos desde todas partes. ¿Por qué habría que privar a las moscas del arte?
Los ojos se volvieron dos cestos de basura llenos de múltiples colores, de abigarramiento, matices cenizos, manchas y tonalidades quemadas por el sol. Reconstruir con palabras lo que los ojos ven, en un “lenguaje ideal”, es una hazaña inútil. ¿Por qué no reconstruir la incapacidad propia de ver? Demos forma, de pasada, a las vistas no consolidadas que conforman la obra de arte y desarrollemos una forma de antivisión o visión negativa.
La vista consistía en reflejos anudados que rebotaban una y otra vez sobre los espejos y los ojos. Cada vista despejada se deslizaba una y otra vez dentro de su propio declive abstracto.

El caminar condicionaba la vista y la vista condicionaba al caminar, hasta que me dio la impresión de que solo los pies sabían ver.

El recuerdo de lo que no es puede ser mejor que el olvido de lo que es.

Cuando el artista consciente percibe a la “naturaleza” en todas partes, comienza a detectar falsedad en los matorrales aparentes en la apariencia de lo real y, al final, se muestra escéptico en relación con todas las nociones de la existencia, objetos, realidad, etc,… Obras de arte nacidas de lo inexplicable. En contra de las aseveraciones de naturaleza, el arte se inclina por apariencias y máscaras; prospera en la discrepancia. El arte se apoya en la desdiferenciación, y no en la diferenciación; en la descreación, y no en la creación; en la desnaturalización, y no en la naturaleza; etc,… Los juicios y las opiniones en materia artística son dudosos susurros en un desorden mental. Solo las apariencias son fértiles; son las puertas de acceso a lo primordial. Todo artista debe su existencia a semejante tipo de espejismos. Las pesadas ilusiones de solidez, la no-existencia de las cosas, eso es lo que toma el artista como “materiales”. Dicha ausencia de materia es lo que le genera un gran peso y logra que invoque a la gravedad. El delirio real está desprovisto de locura; si la locura existiera, rompería el hechizo de la apatía productiva. A los artistas no los motiva una necesidad de comunicar algo, su única condición es viajar por lo insoldable.

“Los seres vivos subsisten de sus esperanzas más que de sus sentidos. Para ver lo que ven necesitan, en cierto modo, dejar de vivir; deben suspender la voluntad, como dijo Schopenhauer; deben fotografiar la idea de que es un pasado fugitivo, velado en su propia rapidez.”    George Santayana, Scepticism and Animal Faith.

Los recuerdos no son sino números en un mapa, evocaciones vacías que congregan los terrenos intangibles en regiones suprimidas.




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