Debes viajar al azar como hicieron
los primeros mayas, aunque te pierdas en los matorrales, esa es la única forma
de hacer arte. Robert Snittson “El viaje a Yucatán”
La intemporalidad se encuentra en
los momentos caducos de la percepción, en la pausa común que se divide en una
tormenta de arena de infinitas pausas. La enfermedad de querer hacer está sin
hacer y la enfermedad de querer ser capaz está incapacitada.
El espacio en sí mismo no es sujeto
de la duración, ya que es una abstracción en desarrollo, intemporal, siempre
disponible. Los reflejos, por otro lado, son casos efímeros que eluden a las
medidas. El espacio es lo que queda del tiempo, o su cadáver, y tiene
dimensiones. Los objetos son “espacio simulado”, las heces del pensamiento y
del lenguaje. Una vez que comienzas a ver los objetos de un modo positivo o
negativo, tomas el camino del desconcierto. Los objetos son fantasmas de la
mente, tan falsos como el desconcierto.
La verdadera ficción acaba con la
falsa realidad.
La superficie de los espejos no
puede ser comprendida por medio de la razón. ¿Quién puede revelar de qué parte
del cielo llegó el color azul?¿Quién podría decir cuanto duró el color? ¿Debería
significar algo el “azul”? ¿Por qué razón los espejos despliegan una conspiración
de enmudecimiento en relación con su propia existencia? ¿Cuándo se convierte un
desplazamiento en un desplazamiento erróneo? Todas ellas son preguntas
intimidantes que ponen en aprietos a la comprensión. Las preguntas que formulan
los espejos siempre quedan a medio responder. Los espejos prosperan en espacios
sordos y generan incapacidad. Los reflejos caen en los espejos sin lógica
alguna y, al hacerlo, invalidan toda afirmación racional. Los límites
inexpresables están del otro lado de los sucesos y nunca podrán ser alcanzados.
Si un artista mirase el mundo a
través de los ojos de una oruga, tal vez podría hacer arte fascinante.
El color, como agente de la
materia, llenaba las luces reflejadas con tonos ensombrecidos, y convertía la
luz en una polvorienta opacidad material. La palabra color significaba
originariamente “cubierta” o disimulo. La materia consume la luz y la “cubre”
con una confusión de color. Líneas luminosas emanan de los bordes de los
espejos, pero los reflejos de sus superficies no revelan nada más que verdes
oscurecidos. Los acrílicos y fosforescentes no son nada junto a estos elementos
sin refinar de luz y color.
¿Cómo podemos hablar de lo que
existe cuando nosotros apenas existimos?
No tienes que tener existencia para
existir.
La carga de una percepción real e
inmediata se deseca y se vuelve una comprensión insignificante. Los restos
fotográficos espectrales son recuerdos debilitados, una realidad fingida de
putrefacción. Los horizontes fueron sumergidos y ahogados en la asfixia de los
puntos de fuga.
Los árboles parecen calamares
gigantes invertidos. Cada espejo es un centro de gravedad.
Aún si tú no puedes ver, otros verán
por ti. El arte hace que la vista se detenga, pero esa interrupción sabe
desenmarañarse. Al escribir sobre arte se reemplaza la presencia por la
ausencia, pues se sustituye la cosa real por la abstracción lingüística. Había
fricción entre los espejos y el árbol, ahora hay fricción entre la memoria y el
lenguaje. Una memoria de reflejos se convierte en una ausencia de ausencias.
A las moscas les gustan los
acertijos, vendrían a verlos desde todas partes. ¿Por qué habría que privar a
las moscas del arte?
Los ojos se volvieron dos cestos de
basura llenos de múltiples colores, de abigarramiento, matices cenizos, manchas
y tonalidades quemadas por el sol. Reconstruir con palabras lo que los ojos
ven, en un “lenguaje ideal”, es una hazaña inútil. ¿Por qué no reconstruir la
incapacidad propia de ver? Demos forma, de pasada, a las vistas no consolidadas
que conforman la obra de arte y desarrollemos una forma de antivisión o visión
negativa.
La vista consistía en reflejos
anudados que rebotaban una y otra vez sobre los espejos y los ojos. Cada vista
despejada se deslizaba una y otra vez dentro de su propio declive abstracto.
El caminar condicionaba la vista y
la vista condicionaba al caminar, hasta que me dio la impresión de que solo los
pies sabían ver.
El recuerdo de lo que no es puede
ser mejor que el olvido de lo que es.
Cuando el artista consciente
percibe a la “naturaleza” en todas partes, comienza a detectar falsedad en los
matorrales aparentes en la apariencia de lo real y, al final, se muestra
escéptico en relación con todas las nociones de la existencia, objetos,
realidad, etc,… Obras de arte nacidas de lo inexplicable. En contra de las
aseveraciones de naturaleza, el arte se inclina por apariencias y máscaras;
prospera en la discrepancia. El arte se apoya en la desdiferenciación, y no en
la diferenciación; en la descreación, y no en la creación; en la
desnaturalización, y no en la naturaleza; etc,… Los juicios y las opiniones en
materia artística son dudosos susurros en un desorden mental. Solo las
apariencias son fértiles; son las puertas de acceso a lo primordial. Todo
artista debe su existencia a semejante tipo de espejismos. Las pesadas
ilusiones de solidez, la no-existencia de las cosas, eso es lo que toma el
artista como “materiales”. Dicha ausencia de materia es lo que le genera un
gran peso y logra que invoque a la gravedad. El delirio real está desprovisto
de locura; si la locura existiera, rompería el hechizo de la apatía productiva.
A los artistas no los motiva una necesidad de comunicar algo, su única condición
es viajar por lo insoldable.
“Los
seres vivos subsisten de sus esperanzas más que de sus sentidos. Para ver lo
que ven necesitan, en cierto modo, dejar de vivir; deben suspender la voluntad,
como dijo Schopenhauer; deben fotografiar la idea de que es un pasado fugitivo,
velado en su propia rapidez.”
George Santayana, Scepticism and
Animal Faith.
Los recuerdos no son sino números
en un mapa, evocaciones vacías que congregan los terrenos intangibles en
regiones suprimidas.
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