domingo, 15 de diciembre de 2013

Día 66: Cuento de la lágrima perdida, segunda opción. Proyecto de la ciudad.


La leyenda de la lágrima perdida

Llegaron a mis oídos unas palabras extrañas, hablaban de magia, de un misterio y un viaje… No pude reprimir mi impulso de escucharlas y ahora me veo en obligación de contaros, siempre que queráis conocerla, la leyenda de la lágrima perdida…


Hace ya tiempo, entre estas mismas calles que ahora pisamos, vivía una familia, no demasiado acomodada, pero muy unida. Gabriel, un chico de unos doce años era feliz en aquel hogar, con su padre, su madre y su abuelo. Todo parecía perfectamente normal, o eso pensaba Gabriel. Un día, su abuelo cayó enfermo, provocando aún más dedicación y cariño por parte de su familia, que no se separaban de él. Su nieto le hacía siempre compañía, para que no se sintiese sólo.
Así pasaron las semanas, hasta que una mañana, el abuelo le pidió a Gabriel que se acercara, anunciándole que iba a desvelarle un secreto:

-         Hijo, te confesaré un secreto que llevo guardando toda la vida – comenzó ante la atenta mirada del niño – Existe un pequeño tesoro, escondido en esta ciudad. Se dice que quien lo encuentre, podrá ver cosas que para otros son invisibles, poseerá la magia escondida en cada calle y entenderá el secreto de la felicidad. Gabriel, te invito a que encuentres este tesoro: la lágrima perdida.

Su nieto le miraba con los ojos abiertos como platos. Iba a preguntar algo cuando su abuelo le hizo callar, sacando un pequeño saco de debajo de la cama.

-         Este saco que ves aquí contiene una pizca de magia. Úsala bien, pues sólo habrá una oportunidad. La lágrima se encuentra escondida en la inmensidad, pero sólo tú puedes entender lo que esto significa. Disfruta del viaje, yo estaré contigo.

Con una sonrisa, el abuelo despidió a su nieto, quien corrió emocionado en busca de la lágrima perdida.




La inmensidad… era un concepto tan amplio. No sabía por dónde empezar. De pronto vino a su cabeza la imagen de un gran jardín, en el que de pequeño iba a jugar con su abuelo. Siempre le había parecido inmenso, pues, en comparación, él era muy pequeño. Quizás era allí donde su abuelo quería que encontrase el tesoro.
Llegó hasta él, contemplando la extensión de árboles y plantas de distintas tonalidades. Pensó que sería imposible encontrar algo tan pequeño como una lágrima escondido en un lugar tan complejo como ese. Pero contaba con el saquito de magia que le había regalado su abuelo.
Recordó cómo cuando se perdía un pendiente entre los pelos de una gran alfombra, la cogían por las puntas, poniéndola en vertical, sacudiéndola hasta que el pendiente caía.
A lo mejor esta idea funcionaría también con el jardín, así que abrió el saquito y esparció los polvos dorados por el aire pronunciando su petición.
La tierra comenzó a temblar, y, con la ligereza de una pluma, el jardín se despegó del suelo, colocándose perpendicular a él.
Gabriel estaba asombrado, ¿cómo podría haber ocurrido aquello? ¡No podía ser real!
Del jardín comenzaron a caer algunas piedras, polvo, hojas secas,… y entre todo esto, distinguió algo brillante. Se lanzó a por ello. No tenía forma de lágrima, más bien parecía una pequeña pieza de algo. “Busca en la inmensidad” ponía en uno de sus laterales.
Gabriel decidió continuar su viaje, fascinado por el jardín vertical que acababa de crear…


Recorría las calles, en busca de algo que pudiese significar la inmensidad. Caminos, personas, automóviles,… ¿Qué podría ser?. Caminando, se encontró de frente con un enorme mercado, plagado de alimentos, productos y gente. Bien podría representar esto la inmensidad. “Mercado de San Miguel” se leía a la entrada. Buscó por todas partes, entre las verduras, la carne, el pan, incluso en los vestidos de alguna señora. Abatido por tanta búsqueda sin resultado se sentó, ya no le quedaba magia que pudiese usar para encontrar la pieza que faltaba. Miró el entramado de hierros y vidrio que construía el techo. Era precioso… se quedó embobado. Fijándose bien, descubrió un brillo colgando de una de las barras. Tenía que ser lo que buscaba, pero estaba demasiado alto. Exprimió bien el saquito rogando que aún quedase algo de magia, a la vez que formulaba su petición. La última sacudida desprendió algunos polvos, lo justo para lograr que la pieza que colgaba del techo se soltase, cayendo en las manos de Gabriel, quien comprobó disgustado que aún faltaban más partes, pues la figura estaba incompleta.

Continuó su camino por las aceras de Madrid, escrutaba cada esquina, se fijaba en cada mínimo detalle, deseando encontrar en él aquello que buscaba. Entretanto, recordaba conversaciones que había tenido con su abuelo, con la esperanza de que pudiesen esclarecer un poco el enigma. En alguna ocasión, había comentado que el conocimiento era inmenso y casi infinito si nos encargábamos de cuidarlo y alimentarlo, era un universo de preguntas y respuestas que engrandecen al ser humano. Seguramente esto tendría algo que ver con lo que estaba buscando, ¿dónde podría hallar conocimiento? Desde luego los libros eran, desde los tiempos más antiguos, la forma más importante para almacenar conocimiento. Gabriel conocía una pequeña librería, que a veces pasaba desapercibida escondida en una esquina. Aquel lugar tenía un toque mágico y misterioso, siempre le había suscitado curiosidad.
Se dirigió hacia la calle de San Ginés, en busca de aquel lugar. De nuevo volvió a sentir la extraña sensación que producía aquel espacio, y se sumergió en el mar de libros antiguos. Al cabo de unas horas encontró entre uno de ellos otra piececita como las anteriores. Como ya suponía, la búsqueda no concluía ahí, pues aún no estaba completo.

Continuó con su aventura, dispuesto a descifrar el enigma que su abuelo le había proporcionado. Recorrió las calles de Madrid, cruzándose con personas que parecían apuradas por llegar a sus destinos, a nadie le importaba aquel dinamismo impersonal, formaban parte de una especie de ejército descolocado con órdenes por cumplir.
El camino le llevó hasta un lugar que rompía con este estado. Estaba desconectado del resto de la ciudad por miles de años. La visión de un templo  egipcio recortado por el atardecer captó toda su atención. Sin duda aquel trozo de historia contenía algo de magia, y una inmensidad de tiempo, épocas, formas de vida,… que habían acontecido ante su presencia.
Investigó el lugar, la entrada parecía estar abierta, así que no dudó en adentrarse. La oscuridad húmeda le acogió en un espacio lúgubre y místico. Tocaba las paredes de piedra buscando algún indicio que le acercase a encontrar la “Lágrima perdida”.
De pronto, un ruido le sobresaltó. Parecía un eco lejano, que poco a poco se iba haciendo más nítido, hasta convertirse en el susurro de una voz femenina, tremendamente aterciopelada.

- Gabriel… Por fin has llegado.

El chico se quedó paralizado, mientras buscaba con la mirada algo que pudiese generar esa voz.

- Nieto de Hugo el Protector. ¿Acaso estás ya preparado para ocupar su puesto?

Un débil halo de luz recortó la figura de una mujer desnuda. Sus pasos eran como una danza fundiéndose con el suelo. Según se acercaba, Gabriel se percató de que de su cabeza sobresalían unos enormes cuernos que según ascendían se transformaban en ramas enredadas con algunas flores.
El muchacho no podía cerrar la boca del asombro, sólo pudo esperar a que la mujer continuase hablando.

- No queda mucho tiempo Gabriel. Casi todas mis flores ya han caído y sólo de ellas podrás extraer el néctar que curará a tu abuelo. Si él te ha enviado a buscarme supongo que no aguantará mucho más.

- ¿Cómo? ¿Mi abuelo va a morir? ¿Y tú eres su antídoto? ¡Todo es tan irreal! A todo esto, ¿quién eres tú?

- Soy Eríade, ninfa de la inmensidad y el equilibrio. Protejo desde aquí el conocimiento universal, la historia, el conocimiento,… y albergo una de las pocas fuentes de magia que quedan hoy en día. Debemos darnos prisa, busca la vieja Fábrica de Porcelana, allí es el único sitio donde podremos extraer el jugo de mis flores. ¡Corre, yo te seguiré entre las sombras!

Dicho esto desapareció y a Gabriel no le quedó más opción que salir en busca de aquel lugar de inmediato.

Tras una larga búsqueda la encontró, cercana a un gran parque. El edificio era inconfundible, parecía una tinaja incrustada en la tierra. Corrió hacia el interior con la esperanza de encontrar ahí a la ninfa Eríade, cuya presencia había notado en algunas ocasiones a lo largo del camino.
Parecía abandonada, iba a inspeccionar un poco más el terreno cuando la voz de la ninfa sonó a sus espaldas, asustándole.

- Ya estás aquí. Dame las piezas que encontraste en tu camino. Son pequeños contenedores de energía mágica, que reaccionarán con mis flores al introducirlos en ese horno. No tengo tiempo para explicarte el porqué es tan especial este lugar y sólo aquí puede producirse la transformación. Algún día lo entenderás todo, al fin y al cabo, serás el próximo “Protector” al igual que lo fue tu abuelo.

Una sonrisa asomó en su rostro mientras pronunciaba estas palabras. Cogiendo todos los elementos los introdujo en el horno, el cual hizo arder pronunciando unas palabras extrañas.
En seguida el fuego tomó fuerza, brillando intensamente. Eríade volvió a pronunciar unas palabras mágicas que originaron un gran viento, apagando la hoguera. En el centro de donde habían estado las llamas apareció una pequeña cápsula, del tamaño de una gota, con un líquido en su interior.

- Toma Gabriel, esta es la “lágrima perdida”.         Cógela y salva a tu abuelo antes de que agonice.

Gabriel iba a partir cuando vio que la ninfa comenzó a tambalearse, amenazando con caerse al suelo. A tiempo la cogió evitando el golpe.

- Eríade, ¿qué ocurre?
- Ya no me quedan flores Gabriel – respondió con una débil sonrisa – Siglos y siglos, mis flores han contenido mi vida, la cual guardaba para poder regalar a aquellos que la mereciesen. Tu abuelo me ha ayudado mucho, y ahora me toca recompensarle.
- Pero, ¿cómo vas a desaparecer? ¡Llevas existiendo miles de años, el mundo y la magia te necesitan! ¿No hay nada que yo pueda hacer?

- Mi tiempo ya se acaba. Es mi cometido poder salvar otras vidas con la mía. Pero si alguien conoce alguna alternativa, sin duda es Hugo, tu abuelo. Él conoce los misterios de esta ciudad…

Cerró los ojos, pero aún respiraba.
Gabriel la dejó recostada con cuidado. Salió corriendo de vuelta a su casa. Tenía que curar a su abuelo, y pedirle ayuda para salvar a Eríade.

Una gran aventura la vivida, y aún podría ser mayor la que le esperaba. Pero esto ha de ser narrado en otra historia, escondida en las calles de la ciudad.

Ahora había descubierto el secreto de la lágrima perdida, y con ella la magia presente escondida en algunos rincones de nuestro mundo, que no todos tienen la fortuna de conocer.

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