Como
hemos visto, el inconsciente es el punto clave y origen de nuestros
sentimientos, y por lo tanto de nuestra personalidad, la cual ordenaremos
posteriormente de forma consciente. Estas funciones del ello ocurren gracias a
la existencia de otro de los estadios del individuo, por el cual comenzaremos
para explicar este nuevo método de divisiones psíquicas: la memoria.
La
memoria/recuerdos
La
memoria consistiría en la parte de nuestra mente basada en percepciones
pasadas, pudiendo ser tanto inconscientes como conscientes, aunque normalmente,
tendemos a denominar memoria a aquello de lo cual logramos tener consciencia de
que ha ocurrido, de hecho, se suele decir “he perdido la memoria” o “qué mala
memoria tengo” cuando no logramos hacer consciente aquellos recuerdos que
sabemos que rondan por nuestro inconsciente sin lograr sacarlos a la luz.
La memoria es esencial en la conformación del individuo
y su personalidad. Somos lo que recordamos y lo que recuerdan de nosotros. Aunque
consideremos la realidad la información sensorial del momento presente, todo lo
que conocemos y lo que consideramos nuestra existencia se basa en las
percepciones que almacenamos tanto de lo que nos rodea (percepciones externas,
físicas) como lo que nos conforma (percepciones internas, psíquicas). Es lo que
da sentido a nuestra entidad en perspectiva, los sentimientos, temores, deseos,
confiriendo coherencia a la vida. Este registro de datos proporcionado por la
memoria es lo que denominamos aprendizaje.
Todas
las reacciones producidas en el inconsciente que mencionamos anteriormente, y
que son fruto de los enlaces entre sentimiento-objeto, ocurren gracias a la
existencia de la “memoria inconsciente”. Pero estos objetos no son los
recuerdos en si mismos, son catalizadores o hilos que nos conducen a nuestros
recuerdos auténticos.
La
constatación de la vigencia de toda esta información al despertarnos cada
mañana, gracias a unos procesos bioquímicos, es la que nos confiere la
seguridad de seguir siendo quien creemos que somos.
La
memoria oscila continuamente entre el consciente y el inconsciente, puede
ocultarnos los datos, escondiéndolos en alguna de las esquinas de nuestra pared
neuronal, haciéndolos misteriosamente visibles en cualquier otro momento,
aunque no estemos pensando en ello, nuestro inconsciente parece haber seguido
en su busca por su cuenta, o incluso pueden aflorar pasados años,
desorientándonos.
Es tal
la importancia de nuestra memoria y la forma en la que se ordena que, si
súbitamente recordásemos lo que olvidásemos y olvidásemos lo que recordamos,
resultaríamos una persona diferente, y esta nueva personalidad tendría la
seguridad absoluta de ser quien la memoria le dice que es, como le ocurre a uno
de los personajes del escritor Roberto G. Méndez en uno de sus artículos.
La
cantidad de recuerdos que nuestra memoria tiene que almacenar y ordenar a lo
largo de todos los años de nuestra vida es inmensa. Toda esta gestión y flujo
de datos es llevada a cabo por el hipocampo, una superficie alojada en el
centro del cerebro, bajo la superficie cortical. El hipocampo procesa los
recuerdos a corto plazo durante largos periodos (pueden ser incluso de tres
años), forzando a las neuronas a fijar la información hasta guardarla de manera
permanente como recuerdo a largo plazo. Todo este trabajo se realiza de forma
inconsciente. Los sueños representan una parte importante en este proceso, pues
en estos períodos, especialmente en la fase REM, en la cual el cerebro queda
libre de la fatiga de las horas de
vigilia. Hay quien sostiene que las imágenes, a veces sin sentido y
descontextualizadas, que nos ofrecen los sueños, corresponden a esta tarea de
asociación. Una imagen puede estar almacenada en nuestra memoria y aparecer
hasta siete días más tarde en un sueño. Esto hace que las disfunciones en el
sueño puedan tener repercusiones negativas en nuestra memoria.
La
selección de recuerdos conscientes puede parecer aleatoria, pues a veces
recordamos detalles sin apenas importancia junto a otros más trascendentales,
pero esta situación lo que hace es apoyar nuestra teoría de la relación entre
objeto y sensaciones, puesto que un simple detalle como el olor de una flor
puede remitirnos a la sensación de felicidad que nos embriagaba el día que
conocimos en un parque a la persona de la cual estamos enamorados.
Una de
las cualidades más interesantes de la memoria es que ésta no es inalterable ni
siempre objetiva. Podemos bloquear, olvidar o borrar experiencias. Podemos
deformar recuerdos proporcionándoles nuevos matices. Alteramos lentamente
detalles, amoldándolos a nuestros deseos o sentimientos, hasta conseguir una
versión satisfactoria.
Y
podemos también, por propia iniciativa, o inducidos por otros, crear recuerdos
nuevos, lo cual se relaciona íntimamente con el siguiente estadio que
estableceremos en este estudio: el “delirio”.
Delirio
Siguiendo
la conexión con la memoria, hacemos alusión a los recuerdos creados. Estos
recuerdos falsos, pasado un tiempo, pueden resultarnos tan verdaderos y
verosímiles como los otros, resistiendo a cualquier tentativa que intentase
desenmascararlos. Podría darse el caso de que, aunque las pruebas de la
realidad dictasen que son falsos, evidenciando su contradicción, dudaríamos
antes de esas pruebas que de la veracidad de nuestra memoria. Este conjunto de
delirios y falseamientos de los recuerdos se denominan paramnesias.
Como
comentaba anteriormente este tipo de recuerdos irreales pueden ser inducidos
por otras personas. Pueden convencernos de que algo ocurrió de una determinada
forma, sin ser así, implantándonos sus propios delirios, los cuales pasan a
formar parte de nuestra “realidad”.
Pero el
delirio no solo engloba a la parte de nuestra memoria, sino que, existiendo
tanto consciente como inconscientemente, se relaciona con las percepciones y la
conformación de nuestro espacio e identidad. A diferencia de la memoria, no
sólo tiene lugar con elementos pasados, si no también con presentes y futuros.
No entendemos delirio, en este caso y para el desarrollo de este estudio, desde
el punto de vista psiquiátrico, en el cual, el delirio se describe como una
patología, posiblemente derivada de otra enfermedad, como podría ser el caso de
la esquizofrenia.
Entendemos
el delirio como una de las partes fundamentales que conforman la psique
de todo ser humano, perfectamente sano, necesaria para el desarrollo del
individuo. El delirio hace referencia a aquellas percepciones (conscientes e
inconscientes) y pensamientos que no están basadas en datos objetivos o
experiencias reales, si no que son creadas por nosotros mismos, a veces como
necesidad de compensar, rellenar o suplir estas experiencias verídicas.
Por
supuesto, no podemos considerar estas situaciones cuando la persona se
encuentra bajo los efectos de alguna sustancia que pudiese proporcionarle
ficciones. Se basan en ilusiones y fantasías que un individuo crea
independiente a la realidad, aunque pueden surgir a partir de ella.
Evidentemente
es la parte del individuo que contiene la imaginación, así como la
intuición, absolutamente necesaria en las personas. Creamos fantasías,
imaginamos cómo nos gustaría que ocurriesen las cosas, inventamos hechos o
situaciones hasta el punto de creérnoslas y hacérselas creer a los demás.
Gracias a nuestra parte de delirio podemos crear e innovar. Juega un papel muy
importante en las relaciones con otras personas, pues siempre tendemos a crear
un personaje de alguien a quien acabamos de conocer a partir de su aspecto
físico o algunas palabras que haya pronunciado. Imaginamos cómo debe ser, y a
partir de ahí, asociándolo a las ideas que ya existen en nuestra memoria e
inconsciente, que tanto hemos comentado anteriormente, generamos unas
sensaciones hacia ese persona. La idealizamos, o ridiculizamos, creamos una
historia a partir de él o ella. Lo mismo ocurre con los lugares, o las
experiencias.
Aquí
aparece lo que denominamos “intuición”, aquel sentimiento, con una intensidad
marcada que nos induce a creer que determinada acción ocurrirá de la forma que
imaginamos, que nuestro delirio pasará a ser realidad consciente y perceptible.
También
algunos temas de tanta relevancia como las religiones o incluso regímenes
políticos se basan en esta parte humana del “delirio”, en este caso inducido,
pues crean hechos indemostrables o ficticios implantándolos en el colectivo
social, esto coge tal fuerza en los individuos que convierten el delirio para
ellos en algo totalmente real y crucial en sus vidas. Véase por ejemplo el
movimiento nazi que prometía un nuevo imperio de paz y grandeza, algo
desmesuradamente alejado de la realidad, pero que se convirtió en la prioridad
de muchas personas.
De este
modo vemos hasta qué punto es importante el delirio en el ser humano. Forma,
indudablemente, parte de nuestra personalidad, junto con nuestros recuerdos y
experiencias reales conviven en nosotros nuestras propias fantasías, que nos
definen de forma mucho más heterogénea e individual, y pueden llegar a extremos
que nos transformen, nublándonos la visión de la verdadera realidad.
Hasta
ahora hemos definido una serie de estadios que hacen referencia, en mayor o
menor medida, a la cara interna del individuo: ello, yo, superyó, memoria y
delirio. Pero en toda persona hay un filtro, un cuadro que mostrar al exterior,
seleccionando solo determinadas partes de los anteriores estadios: la apariencia.
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