lunes, 30 de diciembre de 2013

Día 81: Psicoespacios del individuo contemporáneo (parte 2, la memoria)

Como hemos visto, el inconsciente es el punto clave y origen de nuestros sentimientos, y por lo tanto de nuestra personalidad, la cual ordenaremos posteriormente de forma consciente. Estas funciones del ello ocurren gracias a la existencia de otro de los estadios del individuo, por el cual comenzaremos para explicar este nuevo método de divisiones psíquicas: la memoria.

La memoria/recuerdos

La memoria consistiría en la parte de nuestra mente basada en percepciones pasadas, pudiendo ser tanto inconscientes como conscientes, aunque normalmente, tendemos a denominar memoria a aquello de lo cual logramos tener consciencia de que ha ocurrido, de hecho, se suele decir “he perdido la memoria” o “qué mala memoria tengo” cuando no logramos hacer consciente aquellos recuerdos que sabemos que rondan por nuestro inconsciente sin lograr sacarlos a la luz.
La  memoria es esencial en la conformación del individuo y su personalidad. Somos lo que recordamos y lo que recuerdan de nosotros. Aunque consideremos la realidad la información sensorial del momento presente, todo lo que conocemos y lo que consideramos nuestra existencia se basa en las percepciones que almacenamos tanto de lo que nos rodea (percepciones externas, físicas) como lo que nos conforma (percepciones internas, psíquicas). Es lo que da sentido a nuestra entidad en perspectiva, los sentimientos, temores, deseos, confiriendo coherencia a la vida. Este registro de datos proporcionado por la memoria es lo que denominamos aprendizaje.
Todas las reacciones producidas en el inconsciente que mencionamos anteriormente, y que son fruto de los enlaces entre sentimiento-objeto, ocurren gracias a la existencia de la “memoria inconsciente”. Pero estos objetos no son los recuerdos en si mismos, son catalizadores o hilos que nos conducen a nuestros recuerdos auténticos.

La constatación de la vigencia de toda esta información al despertarnos cada mañana, gracias a unos procesos bioquímicos, es la que nos confiere la seguridad de seguir siendo quien creemos que somos.
La memoria oscila continuamente entre el consciente y el inconsciente, puede ocultarnos los datos, escondiéndolos en alguna de las esquinas de nuestra pared neuronal, haciéndolos misteriosamente visibles en cualquier otro momento, aunque no estemos pensando en ello, nuestro inconsciente parece haber seguido en su busca por su cuenta, o incluso pueden aflorar pasados años, desorientándonos.

Es tal la importancia de nuestra memoria y la forma en la que se ordena que, si súbitamente recordásemos lo que olvidásemos y olvidásemos lo que recordamos, resultaríamos una persona diferente, y esta nueva personalidad tendría la seguridad absoluta de ser quien la memoria le dice que es, como le ocurre a uno de los personajes del escritor Roberto G. Méndez en uno de sus artículos.

La cantidad de recuerdos que nuestra memoria tiene que almacenar y ordenar a lo largo de todos los años de nuestra vida es inmensa. Toda esta gestión y flujo de datos es llevada a cabo por el hipocampo, una superficie alojada en el centro del cerebro, bajo la superficie cortical. El hipocampo procesa los recuerdos a corto plazo durante largos periodos (pueden ser incluso de tres años), forzando a las neuronas a fijar la información hasta guardarla de manera permanente como recuerdo a largo plazo. Todo este trabajo se realiza de forma inconsciente. Los sueños representan una parte importante en este proceso, pues en estos períodos, especialmente en la fase REM, en la cual el cerebro queda libre de la fatiga de las  horas de vigilia. Hay quien sostiene que las imágenes, a veces sin sentido y descontextualizadas, que nos ofrecen los sueños, corresponden a esta tarea de asociación. Una imagen puede estar almacenada en nuestra memoria y aparecer hasta siete días más tarde en un sueño. Esto hace que las disfunciones en el sueño puedan tener repercusiones negativas en nuestra memoria.
La selección de recuerdos conscientes puede parecer aleatoria, pues a veces recordamos detalles sin apenas importancia junto a otros más trascendentales, pero esta situación lo que hace es apoyar nuestra teoría de la relación entre objeto y sensaciones, puesto que un simple detalle como el olor de una flor puede remitirnos a la sensación de felicidad que nos embriagaba el día que conocimos en un parque a la persona de la cual estamos enamorados.

Una de las cualidades más interesantes de la memoria es que ésta no es inalterable ni siempre objetiva. Podemos bloquear, olvidar o borrar experiencias. Podemos deformar recuerdos proporcionándoles nuevos matices. Alteramos lentamente detalles, amoldándolos a nuestros deseos o sentimientos, hasta conseguir una versión satisfactoria.
Y podemos también, por propia iniciativa, o inducidos por otros, crear recuerdos nuevos, lo cual se relaciona íntimamente con el siguiente estadio que estableceremos en este estudio: el “delirio”.

Delirio

Siguiendo la conexión con la memoria, hacemos alusión a los recuerdos creados. Estos recuerdos falsos, pasado un tiempo, pueden resultarnos tan verdaderos y verosímiles como los otros, resistiendo a cualquier tentativa que intentase desenmascararlos. Podría darse el caso de que, aunque las pruebas de la realidad dictasen que son falsos, evidenciando su contradicción, dudaríamos antes de esas pruebas que de la veracidad de nuestra memoria. Este conjunto de delirios y falseamientos de los recuerdos se denominan paramnesias.
Como comentaba anteriormente este tipo de recuerdos irreales pueden ser inducidos por otras personas. Pueden convencernos de que algo ocurrió de una determinada forma, sin ser así, implantándonos sus propios delirios, los cuales pasan a formar parte de nuestra “realidad”.

Pero el delirio no solo engloba a la parte de nuestra memoria, sino que, existiendo tanto consciente como inconscientemente, se relaciona con las percepciones y la conformación de nuestro espacio e identidad. A diferencia de la memoria, no sólo tiene lugar con elementos pasados, si no también con presentes y futuros. No entendemos delirio, en este caso y para el desarrollo de este estudio, desde el punto de vista psiquiátrico, en el cual, el delirio se describe como una patología, posiblemente derivada de otra enfermedad, como podría ser el caso de la esquizofrenia.
Entendemos el delirio como una de las partes fundamentales que conforman la psique de todo ser humano, perfectamente sano, necesaria para el desarrollo del individuo. El delirio hace referencia a aquellas percepciones (conscientes e inconscientes) y pensamientos que no están basadas en datos objetivos o experiencias reales, si no que son creadas por nosotros mismos, a veces como necesidad de compensar, rellenar o suplir estas experiencias verídicas.
Por supuesto, no podemos considerar estas situaciones cuando la persona se encuentra bajo los efectos de alguna sustancia que pudiese proporcionarle ficciones. Se basan en ilusiones y fantasías que un individuo crea independiente a la realidad, aunque pueden surgir a partir de ella.
Evidentemente es la parte del individuo que contiene la imaginación, así como la intuición, absolutamente necesaria en las personas. Creamos fantasías, imaginamos cómo nos gustaría que ocurriesen las cosas, inventamos hechos o situaciones hasta el punto de creérnoslas y hacérselas creer a los demás. Gracias a nuestra parte de delirio podemos crear e innovar. Juega un papel muy importante en las relaciones con otras personas, pues siempre tendemos a crear un personaje de alguien a quien acabamos de conocer a partir de su aspecto físico o algunas palabras que haya pronunciado. Imaginamos cómo debe ser, y a partir de ahí, asociándolo a las ideas que ya existen en nuestra memoria e inconsciente, que tanto hemos comentado anteriormente, generamos unas sensaciones hacia ese persona. La idealizamos, o ridiculizamos, creamos una historia a partir de él o ella. Lo mismo ocurre con los lugares, o las experiencias.
Aquí aparece lo que denominamos “intuición”, aquel sentimiento, con una intensidad marcada que nos induce a creer que determinada acción ocurrirá de la forma que imaginamos, que nuestro delirio pasará a ser realidad consciente y perceptible.

También algunos temas de tanta relevancia como las religiones o incluso regímenes políticos se basan en esta parte humana del “delirio”, en este caso inducido, pues crean hechos indemostrables o ficticios implantándolos en el colectivo social, esto coge tal fuerza en los individuos que convierten el delirio para ellos en algo totalmente real y crucial en sus vidas. Véase por ejemplo el movimiento nazi que prometía un nuevo imperio de paz y grandeza, algo desmesuradamente alejado de la realidad, pero que se convirtió en la prioridad de muchas personas.
De este modo vemos hasta qué punto es importante el delirio en el ser humano. Forma, indudablemente, parte de nuestra personalidad, junto con nuestros recuerdos y experiencias reales conviven en nosotros nuestras propias fantasías, que nos definen de forma mucho más heterogénea e individual, y pueden llegar a extremos que nos transformen, nublándonos la visión de la verdadera realidad.

Hasta ahora hemos definido una serie de estadios que hacen referencia, en mayor o menor medida, a la cara interna del individuo: ello, yo, superyó, memoria y delirio. Pero en toda persona hay un filtro, un cuadro que mostrar al exterior, seleccionando solo determinadas partes de los anteriores estadios: la apariencia.



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