Tomando como punto de partida los
estudios y teorías de Sigmund Freud, me dispongo a adentrarme en el interior de
la mente humana, explorando las posibilidades que puede ofrecer y
comprendiendo, en una pequeña parte, algunas de sus piezas.
Parto de los tres conceptos
principales establecidos por Freud de división de lo que sería el individuo
psíquico: el yo, el ello y el superyó. Brevemente, pues esto ya lo hizo en su
día el citado psicoanalista, describiré estos tres puntos para que nos sirvan
como referencia en las teorías posteriores.
Denominamos ello a la parte inconsciente de una persona, en ella residen
nuestros instintos más básicos y primitivos, así como aquellos reprimidos.
Contiene también nuestros deseos y temores, complejos desconocidos o
experiencias olvidadas. Fábrica y almacén de onirismos, la cual aflora en
nuestros sueños o mediante determinados impulsos que afectan a nuestra parte
consciente.
Suponemos
en todo individuo una organización coherente de sus procesos psíquicos: yo. El yo integra la conciencia
(acceso a la motilidad, descarga de las excitaciones en el mundo exterior). Del
yo parten también las represiones por medio de las cuales han de quedar
excluidas, no sólo de la conciencia, sino también de las demás formas de
eficiencia y actividad, determinadas tendencias anímicas. Es nuestra parte
consciente con la cual nos encontramos más definidos, así como el nexo entre el
ello y el superyó.
Este
último término hace referencia a la parte moral y censora. A veces la
identificamos como algo ajeno a nosotros, proveniente de la sociedad, o figuras
que representen para nosotros alguna autoridad. Se encarga de dictaminar
aquello que debemos hacer o no hacer, lo que es adecuado dentro de nuestra
sociedad, reprimiendo los instintos y necesidades del ello.
Explicados
estos cimientos, el estudio posterior se basará en avanzar un poco más sobre
ellos, encontrando otras partes de nuestra mente importantes que se escapan de
estos tres términos exclusivos. Antes de establecer los nuevos estadios de la
mente, considero importante comentar algunos detalles más dentro de esta
primera fase, los cuales nos servirán de hilo conductor para las siguientes.
Aparte
de contener nuestros instintos primitivos y reprimidos, encuentro en el
inconsciente (ello) la pieza fundamental para la conformación de lo que sería
nuestra personalidad. Nuestro inconsciente contiene la clave para activar
nuestros sentimientos, y nuestras reacciones, las cuales, mediante una serie de
enlaces, se transmitirán al yo consciente, encargado de confirmárnoslas y
clasificarlas.
Pongamos
como ejemplo el miedo, uno de los sentimientos más relevantes en la evolución
tanto del individuo como de la sociedad. En nuestro inconsciente, quedan
registradas una serie de experiencias enlazadas a sensaciones, se encuentra por
ejemplo el temor que nos producía la casa de nuestros abuelos en mitad del
campo por la noche, o los perros que parecían tener un tamaño descomunal,
enseñando sus dientes, ante los cuales estábamos indefensos. También habita el
sonido que nos producía escalofríos o las escaleras que bajaban al sótano.
Todos estos objetos de carga negativa los creemos superados, y seguramente al
hablar de ellos no nos produzcan la misma sensación que en nuestra infancia,
pero, si oímos los ladridos de un perro similar al que temíamos, o nos
encontramos solos en las escaleras del sótano, se activará de nuevo en nosotros
aquel sentimiento, sin saber por qué. Cuando nuestro consciente busque la
explicación a esa sensación, encontrará la relación con estos objetos que tanto
terror le habían infundido en el pasado.
Lo
mismo ocurre con prácticamente el resto de sentimientos. El inconsciente crea
unas redes de relaciones entre objeto o experiencia y sensaciones. Se establecen
estas relaciones prácticamente con todo lo que nos rodea. Entramos en clase de
matemáticas, todo esta limpio, ordenado, nuestros compañeros de buen humor, sin
embargo, nada más cruzar la puerta nos invade una sensación de angustia, pues
en nuestro inconsciente, aquel aula esta inmediatamente relacionado con las
malas horas que pasábamos en ella y la incomodidad que nos producía. Lo mismo
puede ocurrirnos al encontrarnos que el profesor por la calle, aunque este nos
obsequie con la mejor de sus sonrisas.
Vamos
dando un paseo y nos encontramos con un grupo de compañeros, entre ellos está
una persona a la cual admiramos y profesamos hacia ella una serie de
sentimientos afectivos. Inmediatamente, antes incluso que su nombre, se activa
en nosotros una sensación de felicidad y agrado, la cual se refleja en nuestro
rostro, antes siquiera de ser conscientes de quien es o el porqué de estos
sentimientos. En algo inmediato, instintivo, igual de inmediato que el cambio
se sensación al pasear la mirada y encontrar entre el grupo a ese otro
individuo al que, a veces sin ser del todo conscientes, despreciamos.
Si un
poco más tarde, aparece otra persona cuyo físico resulta de gran atractivo para
nosotros, nuestro inconsciente dominará nuestras reacciones y, a pesar de que
el yo o el superyó, las retengan, el ello moldeará en gran medida nuestra forma
de comportarnos hacia esa persona.
Como
hemos visto, el inconsciente es el punto clave y origen de nuestros
sentimientos, y por lo tanto de nuestra personalidad, la cual ordenaremos
posteriormente de forma consciente. Estas funciones del ello ocurren gracias a
la existencia de otro de los estadios del individuo, por el cual comenzaremos
para explicar este nuevo método de divisiones psíquicas: la memoria.
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